La ecología de saberes es un concepto que promueve la convivencia y el reconocimiento de diversos tipos de conocimiento, valorando tanto el saber académico como los saberes comunitarios, populares y culturales que se desarrollan dentro de una comunidad. En el contexto de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), la ecología de saberes adquiere una importancia particular en el territorio escolar, donde se busca que el aprendizaje de los estudiantes se construya de manera colaborativa y significativa, integrando las experiencias y los conocimientos de todos los actores involucrados: estudiantes, maestros, familias y comunidad.
En el territorio escolar, la ecología de saberes se traduce en una práctica pedagógica que permite a los estudiantes relacionar los contenidos académicos con su realidad cotidiana. Un ejemplo de cómo aplicar este concepto en una escuela primaria podría ser la integración de actividades donde se valore el conocimiento de las familias y se invite a los padres a compartir sus experiencias con los estudiantes. Por ejemplo, un abuelo que tiene experiencia en la agricultura podría ser invitado a hablar sobre cómo cultivar una huerta en casa, complementando los contenidos de ciencias naturales y mostrando cómo los conocimientos tradicionales pueden ser relevantes y útiles en la actualidad.
La ecología de saberes también fomenta una perspectiva intercultural y crítica, donde los diferentes tipos de conocimiento coexisten y se valoran por igual. Esto permite que los estudiantes comprendan que el conocimiento no es único ni absoluto, sino que está construido a partir de múltiples perspectivas y experiencias. En una actividad en clase, los alumnos podrían investigar cómo sus propias comunidades resuelven ciertos problemas, como la gestión del agua o la organización de celebraciones locales, y luego compartir sus hallazgos con el grupo. De esta manera, se estaría promoviendo la integración de los saberes locales en el proceso de aprendizaje.
Para los docentes, la ecología de saberes implica un cambio de paradigma, donde ya no son los únicos poseedores del conocimiento, sino facilitadores que propician el encuentro entre diferentes saberes y puntos de vista. Los maestros pueden desarrollar actividades en las que los estudiantes colaboren con sus familias y la comunidad para aprender de manera colectiva. Por ejemplo, podrían organizar un proyecto donde los estudiantes entrevisten a miembros de la comunidad sobre la historia del barrio, utilizando estas historias como base para desarrollar contenidos de historia y civismo.
El concepto de ecología de saberes también se aplica en la evaluación. En lugar de medir solo el conocimiento académico tradicional, los maestros pueden considerar las contribuciones de los estudiantes desde sus contextos particulares, valorando el aprendizaje que surge de sus vivencias y relaciones comunitarias. Esta forma de evaluación reconoce la riqueza del conocimiento local y fomenta la participación activa de los estudiantes en su proceso de aprendizaje.
La ecología de saberes en el territorio escolar promueve un aprendizaje más inclusivo, crítico y contextualizado, donde el conocimiento académico se complementa con las experiencias y los saberes de la comunidad. Esta perspectiva enriquece el proceso educativo y fomenta el respeto a la diversidad, promoviendo una educación más significativa y conectada con la realidad de los estudiantes. Los maestros tienen un papel fundamental en facilitar este encuentro de saberes y en crear espacios donde todos los conocimientos sean valorados y aprovechados en el proceso de enseñanza-aprendizaje.